CRITICA EN DIARIO DE LEÓN

sábado, 6 de marzo de 2010




El 25 de enero de 2009 el Diario de León publicó una crítica del Atlas que transcribimos a continuación:
Fuente original
 
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Uno de los atlas más solventes de España


25/01/2009 Joaquín Alegre

Algunos pajareros hemos asistido a la gestación de este proyecto (desde la sala de espera) con emoción de abuelete y, por qué no confesarlo, con esa pizca de envidia -”inocua-” con la que se celebran los éxitos en los ámbitos que nos son propios. Me explico, si ustedes me lo permiten.

Fue Francisco Bernis Madrazo, el legendario promotor de la ornitología ibérica, quien primero se ocupó con criterios científicos de la fauna alada de nuestra provincia; en 1946 publicaba en el Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural dos artículos titulados: «Un mes de julio en la Maragatería y Montes de León. Notas ornitológicas precedidas de unas impresiones geobotánicas» y «Aves en León. Notas adicionales».

Cuarenta años más tarde, en la presentación de una monografía de la Sociedad Española de Ornitología dedicada a la invernada de aves en la península, escribía: «Algunos grupos de investigación están internacionalmente acreditados, como el grupo sevillano que lidera Herrera, los de la Estación Biológica de Doñana, o el que desarrolla su labor en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, sin omitir, por supuesto, el grupo de la Cátedra de Vertebrados de la Universidad Complutense y el grupo de la Universidad de León». Entremedias, las ciencias ambientales de la tierruca había consumido, a ritmo de contrarreloj, las etapas que van desde la visión del naturalista decimonónico, a la mirada del biólogo profesional.

Hay un momento clave en este itinerario, cuando Francisco José Purroy Iraizoz ocupa la cátedra de vertebrados de la joven pero pujante facultad de de Biología. Pancho había introducido en nuestro país las eficientes técnicas de censo escandinavas y sucedía a su maestro -”Bernis-” en la coordinación del atlas ornitogeográfico español. Tan pronto se instala en León, comienza a patearse la provincia -”despiezada en cuadrículas Lambert-” con un doble propósito: esbozar la primera cartografía sistemática de las aves y establecer un territorio de prueba para el proyecto nacional (varios cuadernos de tamaño folio y con tapa color teja atesoraron esos preciosos datos, hasta que Ángeles Tejeira realizó un estudio preliminar: Análisis de la distribución de la avifauna leonesa y su relación con el tipo de paisaje ).

La elaboración de un atlas supone un esfuerzo titánico que tiene, además, la endiablada capacidad de enredar a sus autores en una interminable revisión y afinado de las muestras, en una enfebrecida búsqueda de la novedad o el exotismo, en una ingenua persecución del record... Puede llegarse incluso a la desnortada actitud de no conceder a la pajarería la libertad que ella misma se concede.

Años vertiginosos que reclamaban atención en demasiados frentes, aparcaron la zoogeografía e hicieron sitio a otros enfoques más a la moda (a la que tampoco es ajena la ciencia). En 1981, durante cinco días de septiembre, se reúne en León la flor y nata de la ornitología mundial; Tomialojc, Lack, Welsh, Frochot, Blondel, Pedersen, Robbins, etc. participan en el VII International Bird Census Congress y establecen el catecismo de las técnicas para estudiar las comunidades de aves.

Da comienzo una etapa de pirotecnia estadística y barroquismo informático, con los modelos de predicción como estrellas -”entonces, los ordenadores con potencia de cálculo tenían el tamaño de un frigorífico-”.

Los ornitólogos profesionales se alejan del rústico -”pero esencial-” cuaderno de campo, para zambullirse en las pantallas de fósforo verde. Con todo, los ochenta verán aparecer varios atlas regionales (Cataluña, 1983; Galicia, 1983; Navarra, 1985; País Vasco, 1985) y provinciales (La Rioja, 1980; Tenerife, 1987; Salamanca, 1988). Esta promiscuidad editorial espolea al entorno de las asociaciones ecologistas Urz y Tyto Alba, muy activas desde sus comienzos y pronto incorporadas a la red de anillamiento de aves, y reimpulsa el proyecto del atlas leonés.

Tras la brillante tesis doctoral de Vicente Ena sobre la graja (defendida aún en la Universidad de Oviedo) se sucedieron las contribuciones del máximo nivel: las comunidades de aves de la Cordillera Cantábrica fueron estudiadas por Ángel Álvarez, las de los encinares, por Rafael Garnica; de la avutarda y las perdices se ocupo Antonio Lucio; de los alcaudones, Ángel Hernández; de los córvidos, Vittorio Baglione... Por fortuna, una larga lista de artículos, monografías e informes arroparon estos trabajos señeros, componiendo uno de los archivos más extensos que existen para la avifauna de una provincia (basta con ojear la bibliografía de la obra que nos ocupa). Sin embargo, seguíamos sin la herramienta fundamental, y ello a pesar de que otro doctorando volvía a repetir, durante dos campañas (1990/1991), los itinerarios que Pancho había diseñado una década atrás. Nos volverían a adelantar en la Comunidad Valenciana (1991), Cádiz (1992), Madrid (1994), Burgos (1996) y Palencia (1997).

Buena parte de la información de estos territorios, junto a otras contribuciones más locales, serán incorporadas a la base de datos del también esperadísimo atlas nacional que, desde la Cátedra de Cordados de la Facultad de Biología de León, coordina el profesor Purroy.

El libro sale de las prensas en noviembre de 1997, culminando un esfuerzo colectivo sin precedentes en este país nuestro de feroz individualismo; lleva, como no podía ser de otro modo, una dedicatoria para el hombre que lo puso en marcha en 1972 (el primer atlas ornitológico fue publicado en Gran Bretaña en 1976) y agrupó a los pioneros en torno a un proyecto común: Francisco Bernis.

Por lo que a nuestra patria chica concierne, en 1995 el proyecto ornitogeográfico recibe su impulso definitivo; una nueva generación de biólogos ha entrado en escena, más resuelta, con más empuje y decisión y, sobre todo, con más orgullo -”legítimo-” de su condición intelectual (acaso haya que añadir que también sin la abrasión del eterno «no es posible...» de antaño). Plantean una ambiciosa prospección de 185 cuadrículas U.T.M. (10 x 10 km) y la despachan con eficacia en cuatro años: 192 especies detectadas en total, con una media de 78 especies por cuadrícula.

Algunas aves de comportamiento peculiar requirieron metodologías específicas: búho real, chotacabras, alcaraván... Cuando concluye la recogida de datos, se extiende otro periodo resbaladizo: el análisis de las fichas, la confección de los mapas y la redacción de los textos. No es pequeño el mérito de los coordinadores: organizar, revisar y completar cuarenta formas distintas de redactar (quizá se eche de menos algún nombre que hubiese sido elegante incluir), torear con las veleidades del personal, articular y pulir un borrador final. El resultado es sin duda sobresaliente, la espera ha merecido la pena: estamos ante uno de los atlas más solventes de España.

Dos cosas deben destacarse aún de este libro. Primera; la meticulosa y sistemática recolección de los nombres vernáculos de nuestras aves; con mucho menos, algunos etnógrafos se hacían una tesis. Segunda; el enorme esfuerzo derrochado en gestionar la calidad de la publicación, una de esas tareas grises que raramente es apreciada por alguien. Es de justicia incluir también en las felicitaciones a los políticos y funcionarios implicados en el proyecto: al menos por una vez han reconocido la envergadura del envite. Y es que la aparición de esta obra un momento señero de la edición en el ámbito de las ciencias naturales en nuestra tierra.

¿Dónde? ¿Cuáles? ¿Cuántos? ¿Cuándo? En lo que a pájaros respecta, ahí quedan respondidas.

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